martes, 10 de noviembre de 2009

El Ojo mira

“No habrá oscuro olvido/ si hay luz en la memoria”
Amelia Arellano



Mural “Intirami”de R. Albizu. XII ´02


1. Vida en el muro…

El ojo mira
la Calle que se ensancha en busca del Río,
y errante y subterráneo al Río
–que es todos los ríos desde Heráclito
y el multiforme Proteo-,
pernoctar en las solanas de la Calle;
y oye la voz humana
con destellos en los remansos de la mirada
por la que suben trepidantes cáñamos,
silbos de lanzas y arcabuces,
Voces del Río y la Calle:

El ojo mira
la “Ciudad en las nubes” de Pachacútec
donde el Sol guarda su armadura
amarrado a la desnudez
de la siembra y la cosecha;
y el agua, alimento y sangre de la tierra,
y las sagradas rocas del Imperio…

El ojo mira
en su atalaya, como una esfinge dorada,
los mangrullos de los fuertes,
la polvareda del relincho,
las heridas abiertas de los cascos,
Tierra Adentro.

El ojo mira
y es mirado por el viento,
custodio de las rocas, los montes y lagunas,
heredero de los ojos avizores del águila.

El ojo mira
el dolor y sus víctimas,
al galope los caballos y las furias,
los vocingleros alaridos
y la sangre imperial de los caciques.

El ojo mira
la curva silueta del poniente,
el delicado clavecín del Céfiro
en el vestido de la noche:
descalza estola sobre la luz del horizonte;
la huella de mis huesos
y herraduras de caballos en la luna.

El ojo mira
el oro y su ambición remota;
la espina dorsal de toda América:
el cordón umbilical del Ande,
cumbres nevadas donde reina el cóndor,
y la selva voraz en la que vela como un dios
el cuño indomeñable del Gran Jaguar;
las castas incaicas de Manco y Túpac
en los cursos de agua, en las montañas,
y en el cetro solar de Condorcanqui.


2. Preludio del ocaso…

El ojo mira
la piel lacerada de Atahualpa, Caupolicán
y Moctezuma,
las desdichadas pupilas de la lluvia,
la voz de empedrados visajes de tormenta,
el granizo y sus fatigas,
los pájaros del silencio,
el ramaje desnudo al frío,
celajes oscuros en el viento:
punzante, gris acero de espadas, de lanzas;
y las cenizas regadas en la tierra
como cuerpos de rocío.

El ojo mira
mancilladas palabras, burlados tratados,
y ceder los cauces ante la boca ígnea del estío…
(Y es el Sol luna blanca y amarilla,
en el ocaso de sombras y cuchillas).

El ojo mira
arder en Leuvucó la Ciudadela de Troya:
quizás Arosena Koslay fuera Helena,
y Baigorrita, Héctor
muerto por la espada de Aquiles.

El ojo mira
repetirse la Historia
de cautivos, vencedores y vencidos;
un cielo sin banderas ranquelinas
e incontables sepulturas de arena:
cementerio de voces y cuerpos de madera.

El ojo mira
los pajonales resecos a merced del fuego,
las pisadas del silencio en el ocaso:
geografías de humo, nimbo de narciso,
y el llanto que no cae;
y el graznido de cuervos blancos
y negros en malocas,
y un cuchillo de luto en las entrañas.

El ojo mira
un espejismo de penachos,
baguales y boleadoras,
en la fluctuante marejada de las nubes…
(Recelosos los médanos ocultan
a sus muertos valerosos, como tumbas).

El ojo mira
entre las pircas, al dios de piedra y su reflejo:
Chachao cubriendo el éter,
y en el cuenco abismal,
la sombra de Gualicho…
(Y se asemeja a un Polifemo irritado
el ojo que mira
la imagen del eco que seremos).


3. Muerte en sus ojos

El ojo mira
en la umbría línea del horizonte,
allende el cruce de fronteras,
lejanas, vacías tolderías,
cuyas vías de acceso eran profundas,
formidables rastrilladas.

El ojo mira,
de crepúsculo a crepúsculo,
en despobladas rucas,
arder la misma sombra
como una nota en el piano del alba.

El ojo mira
el Sol y el aire, el pan de Luna,
la arenosa gramilla, la pena envejecida,
el alma y su mitad a oscuras,
el latido del reloj y el mapa
de la desierta singladura
en un mar de tristísimas congojas…

El Rémington pudo con la lanza,
la sangre juntó en el barro las memorias
y se mezclaron las razas y las lenguas,
pero el polvo de médanos y estrellas
arrastró en cadenas al guerrero,
a su grey y sus lanceros.

El ojo mira
el labrado laberinto, sus perdidos pasos;
respira callado y suspira sobre el muro
de pájaros muertos con el mundo.

El ojo ve morir al ojo que lo mira
y calla con el mundo
sobre el muro de pájaros oscuros.

El ojo mira
morir al perro humano
en un guadal de fiebre y llanto;
la carne transitada por la pena
y la insólita alegría;
el relente de sombras y luces
mal sembradas en la boca,
y las voces de la vida al galope
por el Río y la Calle…

El ojo mira
las cenizas de alaridos,
de caballos y de furias,
la delgada penumbra,
trastocada en sierpe gris de lluvia
la bala del rifle y la osamenta
de dilatadas pupilas y bocas resecas;
y la tarde andrajosa penando
en la oscuridad encanecida;
y la muerte asesina en el viento,
en la raíz y la copa del árbol,
en el corte sinuoso del río;
y la noche con manto rojizo,
el desierto, la pampa y sus muertos,
y el silencio de siglos y siglos…

Y este día inconstante del hombre
con su fe en la impalpable materia
y su dios sideral de moneda.







2 comentarios:

  1. Había escuchado muchas veces a Darío Oliva, como se escucha en los encuentros, pero nunca aprecié tanto sus textos como ahora que los leo, habiéndolo hecho con espíriru crítico en los primeros versos, y con verdadero asombro y gusto, distendido ya, en los siguientes... El ojo del poeta que sabe mirar en el pretérito, pero no como suelen mirarse las cosas ya pasadas, sino con los ojos que reviven lacerante la realidad del tiempo que se fue; y arranca con la justedad de los dos versos que vindican el concepto, en el epígrafe de su amiga Amelia Arellano...
    Norberto Fernández Lauretta, escritor.

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  2. Gracias Norberto por tus palabras.

    Un abrazo y hasta pronto.

    Darío Oliva

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